AGENDA
09 / 07 / 2024
Con una alta asistencia, el pasado viernes 28 de junio se estrenó en el auditorio de la Biblioteca Nicanor Parra la primera temporada de la serie “Leer el presente: el cultivo de la filosofía en Chile”, de Rocío García y Nicolás Ried, que, a través de seis episodios, destaca el carácter colectivo y público de la labor filosófica, subrayando su importancia en la sociedad chilena.
¿De qué maneras florece el pensamiento filosófico en Chile? ¿Cómo poner en escena las ideas y formas del pensamiento? ¿Qué comunidades aparecen en el trabajo filosófico? Son esas algunas de las preguntas que motivaron la realización de este proyecto, que tiene como objetivo principal pensar la filosofía a través del cine.
De esta manera, “Leer el presente” retrata el trabajo filosófico de seis pensadores: Carolina Bruna, M. E. Orellana Benado, Eduardo Fermandois, Rodrigo Karmy Bolton e Ivana Peric Maluk y de Aïcha Liviana Messina, directora del Instituto de Filosofía UDP.
De acuerdo con sus creadores, “se trata de una búsqueda cinematográfica, en la que ningún capítulo está filmado de la misma manera, ninguno tiene la misma estructura. Cada capítulo es diferente, precisamente porque nuestro punto de partida fue el lema: cada pensamiento, exige su propia forma; a cada problema, su propio método”.
Tras la exhibición, que fue organizada en conjunto por Kynos Cine, el Instituto de Filosofía y la Escuela de Cine y Realización Audiovisual, se llevó a cabo un conversatorio interdisciplinario entre los directores de la cinta, el director Álvaro Ceppi y tres de las protagonistas y filósofas Aïcha Liviana Messina, Ivana Perić y Carolina Bruna, quienes, a partir de la película, dialogaron sobre los elementos que convergen entre el cine y la filosofía.
“Leer el presente” desde la mirada de una de sus protagonistas
Sobre “Leer el presente” y su participación en el documental, responde la profesora Messina en este cuestionario:
Desde mi punto de vista, es un trabajo precioso y gracioso (en el sentido que alivia) porque no se trata de un documental sobre “filósofos” que serían portadores de un pensamiento, uno que pesa, uno importante. Al revés, se filma lo que permanentemente escapa a las personas, a los lugares, de tal suerte que el “filósofo” retratado se vuelve el personaje de algo que no le pertenece, que es más bien un intento, y las imágenes, los fragmentos de historias, hacen que el pensamiento tenga cierta temporalidad, sedimentación, incluso narración. La cámara no graba el pensamiento (uno que pertenecería a alguien); el pensamiento o la filosofía están en el encuentro que se produce entre quién tiene la generosidad de leer, escuchar, grabar (imágenes y sonidos), montar, interpretar. Esta fue mi primera impresión. Los supuestos filósofos son personajes de huellas que dejan y que son leídas, puestas en escena, son una escritura, y esta escritura pasa a ser una cinta, algo que tiene una temporalidad propia y que entonces se vuelve un pensamiento – pero uno que no es de nadie. Entonces, yo diría que no es la labor filosófica que la cinta busca mostrar, sino el hecho de que la filosofía no está en un solo lugar. Pensar de hecho, no es nada más que abrir, abrirse, estar ya en un camino que no estaba trazado de antemano. Creo que esto es uno de los hilos conductores de los capítulos: los caminos en los cuales nos encontramos. Nadie está encerrado. La filosofía no está en la universidad; y la universidad es habitada por mundos ajenos: por ejemplo, el cine, las cámaras, las figuras institucionales que pasan a ser actores o personajes.
La verdad no tuve motivación sino confianza. Nicolás Ried y Rocío García tuvieron la idea genial de hacer un “documental” a raíz de un proyecto presentado al Fondo del Libro. Desde el inicio mueven fronteras: lo que es gestión, fondos para libros, pasa al cine. Hay como una captura, pero generosa, porque se trata de darle otro lugar al libro. Y luego, lo que está capturado está liberado: en el cine hay demasiados actores, técnicos, aparatos, para que lo capturado pertenezca a alguien. Entonces simplemente confié en esta idea genial que tuvieron al inicio de desplazar “el libro” de su lugar, de saber jugar con los fondos, las instituciones, pero de una forma benevolente (porque lo que hicieron solo aporta). Y, de hecho, este desplazamiento es lo que consiguen hacer a lo largo de los seis capítulos y en la cinta en su conjunto: ni el pensamiento, ni la ficción, están en los lugares donde uno podría esperar que estén.
Respecto a la pregunta “qué quise trasmitir”: de verdad, nada. Nicolás y Rocío me pidieron actuar un guion. Yo simplemente actué. Me plegué a todas sus indicaciones y me pareció formidable: no buscar trasmitir sino ser medio de una trasmisión. Algunas escenas me las han hecho hacer 10 veces y creo que las habría hecho 50 veces si lo hubiesen considerado necesario.
Acerca de la última pregunta, bueno, no podría decir que me caracteriza a mí. Creo que, en cada capítulo, se puede vislumbrar que los libros ocupan un lugar distinto en uno. Pueden ser compañeros, pueden incluso ser enemigos (en el buen sentido de la palabra: tenemos que enfrentarlos), pueden ser descuidados, olvidados, pesados o livianos. Quizás en el capítulo Messina el libro es la rumiación de palabras que vociferan incluso cuando respondo un llamado. Es algo permanente, y al mismo tiempo nunca es tangible, nunca es realmente leído, comprendido, alcanzado.
En el capítulo Messina están las palabras como algo permanente, están las plazas, los objetos que caen, algo en el espacio que está a la vez dentro y fuera, algo inquieto, nunca exactamente en su lugar, pero nunca contra los lugares. Al contrario. Encuentro realmente brillante, gracioso, cómo captaron estas cosas ínfimas, estas inquietudes, estas luchas secretas que nos hacen vacilantes; y no personas sólidas, en situación de representación. Han mostrado la filosofía como un ejercicio que nos coloca, descoloca, recoloca, con vacilación y perseveración. Han mostrado el espacio y tiempo del ejercicio filosófico, y no un pensamiento rígido, unificado, seguro.
Creo que el aporte está en la benevolencia. Saber ocupar un fondo para abrir y abrir lugares. Mostrar que la academia está habitada por mucho más (no mucho menos) que lo académico. Que además de trasmitir, publicar, transitamos. Creo que lo peor que nos pasa y que nos impide ser una sociedad es encerrarnos, es ocupar nuestros lugares u oficios de forma monolítica, de forma meramente funcional. Los 6 capítulos solo muestran tránsitos, algo que va más allá de uno mismo, de un lugar, de una función. No veo más grande aporte que esto.