AGENDA
10 / 07 / 2025
El profesor de la Escuela de Arquitectura ha dedicado más de diez años de su carrera a mirar la infancia y sus espacios de juego. Su interés lo llevó a ahondar aún más en este tema, a través de su tesis doctoral. En esta entrevista, el arquitecto de la Universidad de Chile, Máster en Ciencias en Diseño Arquitectónico Avanzado de la Universidad de Columbia y candidato a doctor en Arquitectura de la Universidad de Alicante, abre el tema y le da una relevancia que va mucho más allá de un paisaje diferente y de entretención.
¿Cuál es el estado de arte de la arquitectura enfocada en la naturaleza lúdica de las infancias?
Hoy los espacios diseñados para el juego infantil ocupan un lugar ambivalente en la arquitectura y el urbanismo. Por un lado, se asocian a ideas positivas como creatividad, recreación o infancia. Pero en la práctica, suelen estar concebidos bajo criterios de seguridad, eficiencia y estandarización, sin considerar realmente cómo juegan los niños o qué necesitan para explorar su entorno.
Sin embargo, esto no siempre fue así. En distintos lugares y momentos del siglo XX, arquitectos, paisajistas y urbanistas replantearon el juego como una experiencia fundamental para el desarrollo humano y también como un motor del pensamiento arquitectónico. Un caso emblemático es el del arquitecto holandés Aldo van Eyck, quien diseñó más de 700 plazas de juego en Ámsterdam entre 1947 y 1978. Él proponía que el juego no debía quedar confinado a recintos cerrados o elementos de juego con usos predeterminados, sino que debía integrarse al tejido de la ciudad, promoviendo encuentros, imaginación y apropiación del espacio público.
Actualmente, esta visión resurge con fuerza en diversas partes del mundo, donde se valoran las condiciones materiales de espacios que invitan al juego y al descubrimiento. Si bien en Chile no han existido políticas o modelo específicos para esto, este enfoque permite abrir una conversación más rica sobre cómo habitamos, aprendemos y nos vinculamos desde la infancia. Figuras como Aldo van Eyck o, en otro registro, iniciativas puntuales y más contemporáneas en Chile, como el trabajo de Patio Vivo sobre paisajes de aprendizaje, demuestran que el espacio del juego puede ser también una forma de pensamiento arquitectónico y político.
¿Cuál es su diagnóstico, su apreciación?
Creo que el playground ha sido despolitizado. Se ha vuelto un elemento ‘correcto’, pero un tanto vacío de contenido. Pocas veces nos preguntamos qué visión de infancia se construye a través del diseño de estos espacios. ¿Se invita a explorar, a arriesgar, a imaginar colectivamente? ¿O más bien se restringe, se regula, se vigila? Históricamente, el playground ha sido también un dispositivo de control o de liberación, dependiendo del contexto. Por ejemplo, entre los años 30 y 60, Robert Moses, en su rol de Comisionado de Parques de la ciudad de Nueva York, promovió la construcción de cientos de parques de juegos como parte de un modelo higienista y de orden urbano, donde el espacio lúdico también fue un instrumento para segregar por clase y por raza. En contraste, Van Eyck, en la posguerra europea, veía en el playground una forma de reconstrucción cultural, una herramienta para devolver humanidad y comunidad a una ciudad rota. Hoy, muchos espacios infantiles reproducen modelos industriales, sin reflexión cultural, disciplinar ni ciudadana. Por eso propongo repensarlos como ‘espacios comunes’, no solo físicos, sino también simbólicos, donde la infancia no sea un objeto de protección, sino un sujeto activo en la construcción del entorno.
¿Cómo surgió su interés por investigar los playgrounds?
Vengo de la arquitectura, y desde mi formación siempre me interesaron los objetos aparentemente ‘menores’, esos que no son grandes edificios pero que están cargados de significado. El playground es uno de ellos. Me atrajo porque concentra una carga ideológica enorme, pese a su aparente simpleza. Es un lugar donde se cruzan temas de urbanismo, educación, política pública, diseño y cultura. Además, me marcó el contraste entre figuras como Moses y Van Eyck, que desde posiciones radicalmente distintas imaginaron lo que un espacio de juego podía ser. En esa tensión vi una pregunta más grande: ¿cómo una sociedad representa y organiza a su infancia a través del espacio?
Lo ha investigado durante más de diez años y es el foco de su tesis doctoral ¿qué lo hizo mantenerse interesado en este tema?
Lo que me sostuvo fue entender que investigar los playgrounds no era solo hablar de juegos, sino una forma de explorar cómo una sociedad organiza su vida cotidiana desde la infancia. A través de estos espacios es posible observar cómo se piensa el cuidado, la libertad, el control o la imaginación. El playground me permitió conectar temas que normalmente se estudian por separado: urbanismo, paisaje, educación, diseño, políticas públicas, cultura visual. Ese cruce interdisciplinario, sumado a su impacto directo en la vida de niñas y niños, hizo que el tema siguiera generando preguntas y sentido a lo largo del tiempo.
¿Cuáles han sido sus conclusiones más relevantes en torno al valor del playground como problema de diseño arquitectónico?
Primero, que el playground es mucho más que un lugar para jugar: es una pieza clave en la construcción social y simbólica de lo público. Su diseño revela cómo se piensa la infancia, qué se espera de ella, qué se permite y qué se restringe. Segundo, que su historia está marcada por visiones muy distintas: desde el parque funcionalista destinado a canalizar energías infantiles, hasta el espacio abierto al descubrimiento, como lo propuso Van Eyck. Finalmente, que el juego, bien entendido, puede ser una forma de resistencia cultural, una manera de subvertir el orden funcional del espacio y recuperar su dimensión imaginativa.
¿Con qué dificultades se encontró al investigar las políticas de playground? y ¿Cómo logró superarlos?
Hubo varias. Una fue la falta de archivos históricos consolidados. Dada la naturaleza de estos espacios, muchas veces pequeños o temporales, sus registros pueden ser difíciles de rastrear. Por otra parte, a diferencia de proyectos arquitectónicos mayores, uno de los principales medios para entender la historia del diseño de playgrounds no es el archivo planimétrico sino la fotografía documental.
Otra dificultad fue la rigidez con que muchas políticas públicas abordan el tema. La normativa tiende a enfocarse en criterios técnicos de seguridad, sin considerar dimensiones culturales o pedagógicas del juego. Para superar eso, trabajé con un enfoque comparativo, trayendo materiales de distintas ciudades y épocas, y construyendo lecturas críticas a través de imágenes, entrevistas y estudios de caso, tanto en países de Europa como de América.
¿Cuáles son los beneficios de invertir en las infancias (espacios públicos de recreación) para la sociedad?
Son muchos, y van más allá de la infancia misma. Diseñar buenos espacios lúdicos es una manera de invertir en cohesión social, en salud mental, en ciudadanía activa. Cuando los niños tienen lugares seguros, estimulantes y abiertos para jugar, se fomenta la confianza, la exploración y la creatividad. Pero también se activa la comunidad: los adultos se encuentran, los barrios se revitalizan, se construye una cultura del cuidado compartido. Además, la infancia tiene una sensibilidad especial para observar, transformar y reapropiarse del espacio. Invertir en ella es apostar por un futuro urbano más inclusivo y sostenible.
¿Cómo proyecta su línea de investigación? ¿Cuáles son sus desafíos?
Actualmente, estoy ampliando la investigación hacia dos frentes. Por una parte, la relación entre infancia, espacios educativos, juego y ecología en la arquitectura contemporánea. Por otra, la traducción de estos estudios a asuntos concretos de diseño que permitan ponerlos a prueba, para que estos hallazgos no queden solo en el ámbito académico, sino que incidan en la transformación real de los espacios de infancia. Para volver a valorar la agencia del diseño arquitectónico en estos espacios, la transferencia es clave. El principal desafío es mantener la complejidad teórica sin perder la capacidad de acción, es decir, no simplificar el discurso, pero sí traducirlo en estrategias concretas.